viernes, 29 de julio de 2011

Benita XII

La hora de la comida siempre era la hora de las confidencias.

- ¿Oye Benita? - dijo María - ¿Quién ha venido a verte? ¿Tu hija?
- No, es una vecina -respondió- La verdad es que la quiero como a mi hija. Bueno, en realidad, más.
- No digas eso - se sorprendió María- A los hijos hay que quererlos siempre.
- Los hijos son un atraso - terció Dulce - Esa suerte he tenido, que no he tenido ninguno. Tuve un marido y menos mal que lo perdí de vista.

María y Benita la miraron con cierto asombro. Toñi, que sabía de que iba la historia, seguía degustando la sopa sin preocuparse demasiado por la conversación. Tenía la excusa de su sordera.

- Bueno, los hijos no siempre salen bien - señaló María - Hay quien tiene suerte y quien no. Mírame a mí, yo no me puedo quejar, pero los tengo tan lejos que casi es como si no tuviera. Es como un empate que no sirve para nada y con el que bajan los dos equipos a la vez.

- Desde luego, María, me tienes unos ejemplos que me sientan de culo. ¿Desde cuando eres tú futbolera? - preguntó burlonamente Dulce.

- Desde que tú eres una cascarrabias.

Dulce torció el gesto. Benita miró a Toñi pero esta ya había pasado al filete con patatas, totalmente ajena a la conversación. Benita quiso en poner paz, pero pensó que sería mejor en otra ocasión.

- Yo creo que es normal que los hijos, cuando se casen, se olviden de sus padres - sentenció Benita - pero lo bueno es que tengo otra gente que también me cuida y me quiere y eso es lo importante. Las cosas no son siempre como uno quiere.

Dulce y María asintieron. Toñi ya estaba con la fruta cuando sus otras tres compañeras llegaron a ese acuerdo. Ventajas de la sordera.

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